El artilugio

09/01/2011

Nadie, en varios kilómetros a la redonda, sabría decir su nombre. Nunca se había visto por allí nada parecido. Su color rosado llamó mi atención cuando volvía por el camino. Quizá se le cayó a alguno de esos automóviles que pasan muy de vez en cuando. Como no tenía a quién devolvérselo decidí colocarlo en la vitrina del salón. Sin duda, su colorido y su forma alargada alegraban mucho más la estancia que cualquiera de las viejas figuritas, y todas las vecinas estaban de acuerdo en que aportaba cierto aire de modernidad. Desde el sillón alcanzaba a leer la etiqueta, tan pequeña como indescifrable, que decía: “Sex Toy”.

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